VIERNES 29
DE MARZO



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La masonería en tiempos de Domingo Faustino Sarmiento

Por Antonio Las Heras.


Al cumplirse un nuevo aniversario del nacimiento (15 de febrero de 1811) del insigne Maestro de América Domingo Faustino Sarmiento; el hombre que con sólo haber cursado la escuela primaria – pero merced a su temprana capacidad para el esfuerzo, la perseverancia, la dedicación y la alta mira de metas – fue doctor de la Universidad de Buenos Aires, general de la Nación y presidente de la República Argentina.
Empero, lo que no es tan conocido es la pertenencia de Sarmiento a una orden esotérica e iniciática como la Masonería, en la que llegó a ser Gran Maestre (presidente) y obtener el Grado 33, máximo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
Y cabe preguntarse ¿cómo era la Masonería, en nuestro territorio, en los tiempos del Gran Sanjuanino?
Era, ante todo, un lugar de encuentro de quienes fueron los formadores la patria. Sarmiento tuvo como Hermanos Masones a los generales Justo José de Urquiza, Bartolomé Mitre y Juan Andrés Gelly y Obes así como al doctor Santiago Derqui, por ejemplo.
Bien dice el historiador, Maestro Masón y recordado amigo Dr. Emilio J. Corbiere: “De esa Generación del 37 surgieron, junto a Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Mitre, Juan María Gutiérrez, Varela, Andrés Lamas, Antonino Aberastain, Manuel Quiroga Rosas, entre otras figuras que después de 1851 cumplirían un rol destacado en el campo político, social y cultural.” (1) Todos ellos masones.
Si bien las logias no eran numerosas, lo importante es que incluían en sus filas a hombres capaces de la acción proactiva. Iniciados que aún poniendo en riesgo sus vidas, patrimonio y familia trabajaban por los valores esenciales de la existencia humana. Su finalidad fue, en todo momento, sembrar para el futuro. Un futuro que, tenían la certeza, ellos no verían.
Para estos hombres la Masonería era una institución a dónde se accedía para aprender y para dar; pero en modo alguno para valerse de ella. Tanto es así que artículo 76º de la Constitución Masónica (*) en su inciso 6º expresaba que para ser Gran Maestre de la Orden se necesita: “Estar en buena posición social por su fortuna, empleo u ocupación que le permita desempeñar independiente y dignamente tan elevado cargo”. (2) Lo que implica que la máxima autoridad masónica no sólo no recibía ningún beneficio material por ocupar tal honor sino que los gastos debía solventarlos de su propio bolsillo.
Domingo Faustino Sarmiento asumió como Gran Maestre el 12 de mayo de 1882. En 1883 le siguió Leandro N. Alem (quien fuera el Pro Gran Maestre durante la Gran Maestría de Sarmiento); otro de los destacados hombres de la política argentina. (**)
El artículo 47º de aquella constitución sostiene que “La autoridad Suprema de la Masonería en la República Argentina lleva el título de Supremo Consejo y Gran Oriente… es el único Poder Legislativo y Regulador de la Orden”.
En el artículo 71º hay una frase que puede sorprender. Dice: “El Gran Maestre es el primer dignatario de la Confederación de Ritos…” Ocurría en aquellos tiempos que cada logia trabajaba acorde a un tipo de ritual iniciático dentro de los varios que existen. En ese sentido la Orden Masónica en la República Argentina era amplia y tolerante – como todo buen Masón debe serlo, dicho sea de paso – por ello el artículo 6º aclara que: “La Masonería es una sociedad universal; sus doctrinas y prácticas son las mismas en el orbe civilizado; y las diferencias de los ritos no afectan sino a las formas exteriores de su funcionamiento”.
Tratándose la Masonería de una entidad, ante todo Iniciática, pues el ingreso y la elevación a grados superiores sólo se obtiene siguiendo ceremonias rituales de origen milenario y esotérico, es entendible que haya misterios y secretos a guardar. De lo cual deja constancia el artículo 17º que expresa: “La Logia simbólica es el Taller fundamental; y ella es la que inicia en los misterios de la Masonería…”
Empero lo que quizás más llame la atención a quien poco conoce de estos temas es la espiritualidad de la Masonería a la que perteneció Sarmiento. Lo cual puede esclarecer sobre muchas de sus conductas. Veamos el artículo 1º referente a la esencia de la Orden Masónica: “… Sus principios son: la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la solidaridad humana. … Su objeto: el estudio de la moral universal, de las ciencias y de las artes; el alivio de la humanidad y la práctica de todas las virtudes sociales. Sus preceptos: la honradez, la ilustración y el trabajo. Su divisa: libertad, igualdad, fraternidad.”
Adviértase que aquellos Hermanos Masones estaban plenamente convencidos de que lo humano no es – apenas – un conjunto de reacciones físico químicas ceñidas a las limitaciones de la materia. Todo lo contrario. Tenían en claro – como lo tuvieron todos los Iniciados en las escuelas de misterios desde la antigua, histórica, legendaria y mítica Atlántida – que la vida no termina con la muerte, sino que ésta es sólo una transformación que conduce a otros estadios. Tal como lo definiera Platón inclusive. Los masones de los tiempos de Sarmiento afirmaron que la persona tiene un alma, que la misma es inmortal y que la existencia de Dios es indudable.
Esto explica, sin mayores dificultades, por qué José de San Martín, Manuel Belgrano, Domingo Faustino Sarmiento y tantos otros destacados masones de los tiempos fundacionales de la patria, pudieron ser por un lado practicantes de la Masonería y, por otro, hombres de fe que no ocultaban la religión de su práctica.
Como dato contundente transcribimos el encabezado del acta fundacional del Supremo Consejo y Gran Oriente para la República Argentina (1857): “En nombre de Dios y la Santísima Trinidad.”


(*) Si bien los artículos que citamos forman parte de una Constitución adoptada por la Orden en 1886, durante la Gran Maestría del Dr. Valentín Fernández Blanco (1850/1928, destacado jurisconsulto, docente, periodista y senador), es igualmente reveladora del espíritu que habitaba a la Masonería de la Argentina en aquel último cuarto del Siglo XIX.

(**) Leandro N. Alem (1842/1896) fundó el Partido Republicano y, en 1889, la Unión Cívica de la Juventud que, a su vez, originó la Unión Cívica Radical – que él presidió; partido del que surgieron varios presidentes de la Argentina.

(1) CORBIERE, Emilio J. “La Masonería. Política y sociedades secretas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1998. Pág. 233

(2) “Constitución para la Orden Masónica en la república Argentina” Imprenta, litografía y encuadernación de Jacobo Peuser, Buenos Aires, 1886.



Antonio Las Heras es escritor, filósofo e historiador de la Masonería. En breve, ediciones Grupo Argentinidad, publicará su nuevo libro “Belgrano y la Masonería: lo que nunca fue contado.” E mail: alasheras@hotmail.com







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