Página para recordar al coronel Suárez, vencedor de Junín
de Jorge Luis Francisco Isidoro Borges por Vicente Pascual Suárez de Figueroa Presidente del IRHCIS y descendiente de los Fundadores de Dolores.
Qué importan las penurias, el destierro, la humillación de envejecer, la sombra creciente del dictador sobre la patria, la casa en el Barrio del Alto que vendieron sus hermanos mientras guerreaba, los días inútiles (los días que uno espera olvidar, los días que uno sabe olvidará)
Si tuvo su hora alta, a caballo en la visible Pampa de Junín como en un escenario para el futuro como así el anfiteatro de montañas fuera el futuro.
Qué importan el tiempo sucesivo si en él hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde.
Sirvió trece años en las guerras de América, al fin la suerte lo llevó al Estado Oriental, a campos del Río Negro.
En los atardeceres pensaría que para él había florecido esa rosa, la encarnada Batalla de Junín, el instante infinito en que las lanzas se tocaron, la orden que movió la batalla, la derrota inicial, y entre los fragores (no menos brusca para él que para la tropa) su voz gritando a los peruanos que arremetieran, la luz, el ímpetu y la fatalidad de la carga, el furioso laberinto de los ejércitos, la batalla de lanzas en la que no retumbó un solo tiro, el godo que atravesó con el hierro, la victoria, la felicidad, la fatiga, un principio de sueño, y la gente muriendo entre los pantanos, y Bolívar pronunciando palabras sin duda históricas, y el sol ya occidental, y el recuperado sabor del agua y del vino, y aquel muerto sin cara porque la pisó y borró la batalla…
Su bisnieto escribe estos versos y una tácita voz desde lo antiguo de la sangre le llega:
Qué importa mi batalla de Junín si es una gloriosa memoria, una fecha que se aprende para un exámen, o un lugar en el Atlas.
La batalla es eterna y puede prescindir de la pompa de visibles ejércitos con clarines,
Junín son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano, o un hombre oscuro que se muere en la cárcel. (1953).
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